Cuando no tienes ganas de leer tu Biblia.
Respirando hondo y acariciándole la mejilla, le puse un mechón de cabello detrás de la oreja. «Tenemos el privilegio de leerla, mi amor». Me incliné hacia ella. «Porque la Biblia es la Palabra de Dios para nosotras».
Señalando el jarabe de arce pegajoso y las migas de waffle esparcidas en nuestros platos, continué: «¿Acaso te saltarías el desayuno?». Ella negó con la cabeza, sorprendida, y yo contuve una sonrisa. «La Palabra de Dios alimenta nuestra alma, así como alimentamos nuestro cuerpo. Jesús lo llamó nuestro pan diario».
Me recosté en la silla, mientras mis palabras resonaban en mi propio corazón. Hubo épocas de mi vida en las cuales habían pasado muchos meses, incluso años, en los que yo no había querido leer la Biblia. Aunque crecí como hija de misioneros, a veces la Biblia me parecía, me avergüenza decirlo… aburrida.
¿Alguna vez te has sentido así? No es algo que diríamos en voz alta, no de esa manera exactamente. Creemos que la Biblia es importante, sí. Que es inspirada, por supuesto. Que es útil, claro que sí. Pero, ¿nos entusiasma leer la Biblia?
¿Anhelamos una palabra fresca de parte de Dios como anhelamos la comida?
¿Creemos que Dios desea revelarse a nosotras a través de las páginas de la Escritura?
La verdad… no siempre.
Si tu corazón se entristece al comprender esa realidad, tengo buenas noticias para ti y para mí: solo Dios puede transformar una convicción mental en un afecto del corazón, y Él desea ayudarnos.
Durante una temporada especialmente difícil en mi caminar espiritual, clamé a Dios: ¡Despierta en mí una sed santa por más de Ti! Abría mi Biblia por deber, pero en mi corazón clamaba: ¡Quiero deleitarme en Ti! Transforma mi amor para desearte por encima de todo.
Aprendí tales oraciones de David, el salmista que escribió el capítulo más largo de la Biblia, el Salmo 119, sobre su amor por la Palabra de Dios. Sorprendentemente, él confesó que necesitaba que Dios despertara su afecto por Él:
Dirígeme por la senda de tus mandamientos, porque en ella encuentro mi solaz… Aparta mi vista de cosas vanas… (Salmos 119:35, 37a, NVI).
¡Qué alentador! Al igual que David, si no deseamos a Dios, simplemente podemos pedirle que nos dé ese deseo. Y Dios siempre responderá a esa oración. Lo hizo en la vida de David. Lo ha hecho en mi vida. Lo está haciendo en la vida de mis hijos. Y sin duda, también lo hará en la tuya.
Porque es el buen placer de Dios darnos tanto de Él mismo como estemos dispuestas a recibir.
¿Oras conmigo?
por AUSHERITAH CIUCIU