Consuelo en el desierto.
Sentada en mi cama con lágrimas corriendo por mi rostro, recuerdo que me sentía cansada, exhausta espiritual y emocionalmente. Mi esposo estaba sentado frente a mí, mirándome con preocupación.
«Creo que estoy deprimida», le dije.
Llevaba tiempo conteniendo esas palabras, cargando con el peso de ellas. No podía evitar sentirme como un fracaso. Este no fue mi primer ataque de depresión ya que había batallado durante el post parto. Los sentimientos de ansiedad y tristeza no eran nuevos para mí, pero pensé que ya los había superado.
Aunque decir esas palabras me alivió, también me sentí agobiada con el sentimiento de que tenía que hacer algo al respecto. Tendría que esforzarme para volver a ser feliz y sentirme descansada.
El profeta Elías conocía la fatiga y la desesperanza. En una de las experiencias más increíbles en las Escrituras, él enfrentó a 450 profetas de Baal en el Monte Carmelo (1 Reyes 18). Fuego cayó del cielo, y la gente que estaba observando se tiró al suelo boca abajo, dándose cuenta que el Dios de Elías era el único y verdadero Dios. ¡Esta fue una gran victoria espiritual! Pero poco después Elías huyó para salvar su vida porque el asesino del rey Acab y la reina Jezabel lo perseguían.
En nuestro versículo clave, Elías estaba huyendo y exhausto, solo en el desierto. Afortunadamente, Dios le brindó consuelo:
De repente, un ángel lo tocó y le dijo: «Levántate y come». Elías miró a su alrededor y vio a su cabecera un panecillo cocido sobre brasas y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a acostarse (1 Reyes 19:5b-6, NVI).
La voz que sonaba en mi cabeza mientras leía esto es la de una madre [o padre] amorosa que cuida a su hijo hasta que recupera su salud. Y todo lo que Elías tuvo que hacer fue recibir voluntariamente alimento y descanso. No tuvo que armarse de energía para seguir adelante. No tuvo que probar que él aún era fiel. Simplemente tuvo que recibir y descansar.
A veces lo más sagrado que puedes hacer es comer una merienda y tomar una siesta.
Una de las maneras en las que mi abuelita Carmen dice «te amo» es sirviendo un plato caliente de gallo pinto (arroz con frijoles rojos nicaragüenses) y tortillas. No hay nada sofisticado en esta comida, pero es deliciosa y nutritiva. Yo viví con mi abuelita desde que era una niña hasta que me casé. En todos esos años y en todos los altibajos, siempre había gallo pinto en la cocina, un recordatorio reconfortante de su amor.
Me imagino que Elías se sintió amado cuando vio el pan caliente y el agua refrescante que Dios le proveyó.
Leer la historia de Elías y el consuelo de Dios en el desierto nos ayuda a ver que Dios también nos llama a descansar. Él quiere ser nuestro consuelo, brindándonos sustento y alivio cuando más lo necesitamos.
por KRISTEL ACEVEDO