Si hoy te sientes impaciente contigo misma, lee esto.
La semana pasada, le dije algo a una amiga de lo cual me arrepentí inmediatamente.
Las palabras que salieron de mi boca fueron totalmente diferentes a lo deseado. Mi día culminó con una sensación generalizada de cansancio conmigo misma. Estaba irritada… por mí misma. Molesta de todavía seguir donde estoy.
¿Alguna vez has estado harta de ti misma? Tal vez te sientas exhausta de encontrarte luchando con las mismas cuestiones. ¿A estas alturas debería haberlo ya superado? Te impacientas con la lentitud del proceso de tu propia sanidad. Estoy atrasada respecto a donde debería estar o deseo estar. O tal vez te sientas derrotada por el pecado que estás intentando vencer. ¿Podría venir Dios con un borrador y hacerlo desaparecer? Pero Dios no lo ha hecho.
La impaciencia se asemeja a una tormenta tanto en el cuerpo como en la mente. Puedes sentirlo en las vísceras, en la mandíbula o en sentido generalizado como desasosiego y nerviosismo. Puedes oírla en tus pensamientos y en aquel lugar estrecho y tensionado de tu alma.
Hace poco le expresaba mi frustración a mi mentora, y ella se inclinó y me dijo algo que ha permanecido conmigo: «Está bien estar presente justo donde te encuentras. Confía en que Dios está descascarando las capas».
Está bien estar presente justo donde te encuentres.
En Lucas 2:52, el escritor del Evangelio relata que «Jesús crecía en sabiduría y estatura, y en el favor de Dios y de toda la gente».
Jesús creció.
Si Dios mismo adoptó forma humana, sin pecado, y eligió no evitar Su propio desarrollo, ¿cuánto más nosotras podemos soltar la urgencia de esquivar nuestro propio crecimiento? Al elegir vivir la plenitud de la experiencia humana, Jesús consintió estar donde estuvo en cada temporada. En todas las edades.
¿Y si nuestra impaciencia pudiera convidar a nuestros corazones a abrirse? Si pudiéramos pausar y permanecer con nuestras emociones sin juicios, podríamos experimentar la vulnerabilidad, el temor y el anhelo que a menudo subyacen en la impaciencia.
Somos humanos. Nuestros corazones sanan lentamente. Dios no borra nuestros viajes de crecimiento, sino que los acoge.
La forma de convertirnos en la persona que Dios nos creó para ser es aceptando donde realmente nos encontramos.
Mientras no haya «trucos» para santificar el alma humana, hay tareas importantes a las que cada una fue invitada a llevar a cabo hoy. Tenemos miles de oportunidades pequeñas para aceptar el lento obrar de Dios en nuestras vidas. Cuando nos arraigamos profundamente en el aquí y ahora es cuando sucede la verdadera transformación. En esto consiste la tarea de permitirle al alma que madure.
De manera práctica, ¿cómo sería estar presente donde te encuentras hoy, colaborando con Dios en traer compasión donde sea que te encuentres? Él te ve. Él sabe exactamente dónde te encuentras. Y Su corazón se inclina hacia ti de manera amable.
por TAYLOR JOY MURRAY