Mi cuerpo vive en el reino.
El verano se aproximaba en mi nuevo pueblo costero. En mi infancia iba a la playa con mi familia una o dos veces al año, y me sentía intimidada por los trajes de baño y la piel al descubierto. Cuando me mudé a Charleston, en Carolina del Sur, intenté no pensar en cuán frecuentes iban a ser aquellos momentos. Pero una vez que vives aquí, es imposible pasarlo por alto.
Una tarde, en un café, me senté con un grupo de mujeres en edad universitaria mientras que yo, con más de 30 años y cuatro niños, escuchaba una conversación familiar sobre cómo preparar nuestros «cuerpos de verano».
En cierto momento, dije algo contracorriente a la cultura: «no tengo que preparar mi cuerpo para el verano. Ya está listo». La conversación se interrumpió.
Una de las chicas, alguien a quien respeto profundamente, me miró a los ojos y me dijo, «Pero vivimos en América. Esta es la realidad. Es lo que se espera de nosotras».
Más que desafiarme, ella estaba reconociendo lo que todas sentían. Pero Dios me aportó claridad en aquel momento; un momento de verdad que no había procesado en su plenitud anteriormente pero en el que no he dejado de pensar desde entonces:
«No. Vivimos en el Reino de Dios. Puede que físicamente viva en América, pero pertenezco al Reino».
Dios creó mi cuerpo con intencionalidad y creatividad. Antes del comienzo del mundo, Él sabía cómo yo iba a lucir. Él hace cosas buenas. Y debido a que Él creó mi cuerpo, es bueno (Génesis 1:27; Génesis 1:31).
Como todas las cosas de este mundo, mi cuerpo experimenta deterioro e imperfección. Pero el hecho de que Dios lo llamase «bueno» sigue siendo importante. Esto despierta en mí el deseo de tratar bien a mi cuerpo y de darle gloria a Dios, cuidando mi cuerpo con delicadeza, no despreciándolo.
Esto significa que mi cuerpo no es un proyecto o un problema que necesita ser resuelto. Es una vasija del Espíritu Santo, la morada de Dios, un sacrificio vivo para Su gloria.
He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí (Gálatas 2:20).
Si vivo por la fe en el Hijo de Dios, mi cuerpo no tiene que prepararse para el verano. Ya está listo para ser visto, amado y usado para Sus propósitos. Ya es valioso porque Él lo creó así.
¿Cómo sería para ti asumir la verdad de que tu cuerpo pertenece al Reino? ¿Cómo sería aceptar tu cuerpo como algo bueno, sabiendo que Cristo vive en ti?
Hermanas, caminemos en esa libertad. Vivimos en el Reino.
Padre, ayúdanos a recordar que nuestra identidad en el Reino es más importante y fundamental que cualquier otra etiqueta que el mundo nos podría atribuir. Que vivamos en la libertad que ya tenemos. En el Nombre de Jesús, Amén.
por JESS CONNOLLY