Mantén tu postura con expectativa inmensa.
Mi vida ha tenido su parte de duelo y dolor. El sufrimiento por los sueños aplazados a veces me ha llevado a desesperanzarme y a mantener bajas mis expectativas. Sin embargo, Dios recientemente desafió esa actitud en la que tiendo a mantenerme al recordarme Su poder sanador en Hechos 3.
Después de que el Espíritu Santo los llenó en Hechos 2, los apóstoles predicaban y realizaban milagros. Una tarde, mientras Pedro y Juan iban al templo a orar, se encontraron con un hombre que tenía una discapacidad desde su nacimiento. Cada día lo colocaban en la puerta del templo, donde pedía ayuda a los que pasaban.
Cuando este vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les pidió limosna. Pedro, con Juan, mirándolo fijamente, le dijo: —¡Míranos! El hombre fijó en ellos la mirada, esperando recibir algo. —No tengo plata ni oro —declaró Pedro—, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Y tomándolo por la mano derecha, lo levantó. (Hechos 3:3-7a, NVI).
Antes de que Dios lo sanara, no solo la postura física de este hombre estaba limitada, sino que también sus expectativas. Quizás ni siquiera sabía quiénes eran Pedro y Juan, ni cómo el Espíritu Santo obraba en ellos. Por eso, se dispuso a recibir solo aquello que su fe limitada podía pedir.
A veces, yo también me siento así. Los golpes de la vida pueden dejarme tan rota y cansada que la postura de mi fe ante el Señor se vuelve limitada. Pero así como Pedro le dijo a aquel hombre: «—¡Míranos!» (Hechos 3:4), creo que el Señor también nos habla.
Podríamos imaginarlo diciendo: «Hija, mejora tu postura. Soy el Creador del universo. Mi Espíritu se movía sobre las aguas sin forma, y mira todo lo que creé en solo seis días. Puedo hacer muchísimo más abundantemente de lo que tú puedes pedir o imaginar; así que te pido que mantengas tu postura con una actitud de gran expectativa».
Dios me llama a aumentar mi fe y a creer en las promesas que el Espíritu Santo ha hablado a mi corazón a través de Su Palabra y también te está llamando a ti. No se trata de que lo entendamos con nuestra lógica ni de que lo controlemos con nuestra voluntad. Solo necesitamos confiar en el Señor y tomar la mano de Jesús cuando nos la extiende para levantarnos de forma milagrosa.
Bueno, ¡está bien, Señor! ¡Cabeza en alto, hombros hacia atrás, y pediré con confianza porque tengo acceso al poder de la resurrección!
Hermana, aunque todavía estés luchando contra el miedo y la duda, sigue esforzándote por corregir tu postura. Jesús te espera con paciencia y tiene expectativas inmensas de todo lo que ha planeado para ti.
por SHALA WILSON