La brillantez y creatividad del alfarero.
La brillantez y creatividad del alfarero fueron exhibidas de manera espectacular en la gran vitrina. Obras de múltiples formas, tamaños y colores imaginables llenaban los estantes reforzados. Algunas eran altas, otras bajitas. Algunas estaban finamente pintadas, otras ásperas. Unas habían sido hechas con propósitos obvios, otras tenían objetivos más elusivos.
Curiosa, entré a la tienda acogedora y atractiva. Tazas gorditas colgaban en ganchos, y margaritas en vasijas de barro adornaban el salón. La rueda del alfarero de apariencia antigua estaba situada discretamente en una esquina trasera junto con dos sillas viejas de madera. Bocetos sobre papel desgastado cubrían las paredes.
Un boceto elaborado de manera asombrosa llamó mi atención y me acerqué para verlo de cerca. Medidas y apuntes llenaban los márgenes, y el sello del creador estaba estampado en la esquina. Me di cuenta de que nunca antes había considerado las etapas de planificación o de cuanta reflexión y preparación se destina a cada pieza de cerámica.
A la superficie subió el fragmento de un versículo escondido en mi corazón hace mucho tiempo atrás: «A pesar de todo, SEÑOR, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano» (Isaías 64:8). Se me erizó la piel al decantar el entendimiento sagrado, y la tienda de alfarería pareció ganar vida con significado.
El boceto ahora expresaba algo más profundo. Al igual que las vasijas, yo fui planeada, creada a propósito y con un propósito. Todas nosotras lo fuimos.
Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica (Efesios 2:10, NVI).
Ese día sorpresivamente sagrado, mi razonamiento cambió. El hecho de verme a mí misma como una creación intencional de Dios me llenó de emoción y me ayudó a comprender con un mayor nivel de profundidad quién es Dios y quién soy yo para Él. Ver a los demás como creación de la mano de Dios me hizo querer ser más paciente y menos descortés, más amable y menos sentenciosa, más complacida con los talentos de otros y menos amenazada por los mismos.
También pude ver la diversidad en el mundo con ojos nuevos. Así como la exposición en la vitrina señalaba la brillantez y creatividad del alfarero, ahora era capaz de ver que los colores, formas y tamaños de cada vasija apuntaban hacia la vasta variedad humana que llena al mundo con esplendor. Casi podía sentir las paredes de separación derrumbándose, y de repente, el mundo parecía más hermoso. Cada persona fue creada para señalar a algo más grande que uno mismo, hacia la brillantez y creatividad del Alfarero.
por TARA HACKNEY