Jesús tuvo una elección.
¿Cuál es el valor de un alma?
Pues, ¿cuál es el valor de cualquier cosa? ¿Qué le da a algo su valor?
Hace algunos años, aventurando en una tienda de segunda mano, encontré una cartera hermosa que me costó sólo unos pocos dólares. Satisfecha con mi compra, la llevé a casa y pasé mis cosas a esta cartera, que era nueva para mí.
Al darme cuenta de su buena construcción, me dio curiosidad un día y busqué la marca en línea. Y fue en ese momento que me di cuenta de que no había simplemente comprado una cartera. Había comprado, a un precio increíblemente barato, una cartera de marca.
Al descubrir esto, puede que pienses que comencé a tratarla con cuidado extremo, pero no fue así. A pesar de que apreciaba la calidad, no la traté diferente a cualquier otra cartera que haya tenido. Pues, el valor de algo se basa en cuánto estás dispuesta a renunciar para obtenerlo. En este caso, había pagado casi nada.
¿Y nosotras?
Las Escrituras son claras; nosotras también fuimos compradas por un precio, un costo insondable: la vida misma de Jesús (1 Corintios 6:20). Pero hay más que considerar aquí. La noche en que fue arrestado, Jesús, siendo plenamente hombre y plenamente Dios, dejó claro a Sus discípulos que podía convocar legiones de ángeles en cualquier momento para que vinieran a rescatarlo (Mateo 26:53). Sin embargo, no lo hizo. Esto nos muestra que Jesús tenía una elección.
Piensa en eso por un momento. Jesús tuvo una elección, y Él nos eligió.
Sabía lo que vendría (el dolor, la tristeza, la traición de los amigos) y la carga era pesada. Tan pesada que mientras oraba en el huerto de Getsemaní, Su sudor se volvió como gotas grandes de sangre (Lucas 22:44). Sin embargo, todavía le declaró con valentía a su Padre: «no se haga Mi voluntad, sino la Tuya»» (Lucas 22:42b, NBLA).
¿Por qué Él haría esto? El autor del libro de Hebreos nos dice:
…Quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios (Hebreos 12:2b).
Jesús miró más allá del dolor del momento y vio gozo: nuestro rescate del pecado y nuestra relación restaurada con Dios, todo hecho disponible a través de lo que Él estaba a punto de hacer. Pensó en ti y en mí y dijo «sí» a todo.
Esa profundidad de amor es la medida de nuestro valor. Y aunque esto puede parecer el principio más básico de nuestra fe, a veces las verdades más simples son las más profundas de todas. Verdades que necesitamos recordar con mayor frecuencia cuando nos vemos tentadas a creer lo contrario.
Jesús nos ama.
Jesús nos escogió.
Jesús nos dio valor al entregar Su vida por nosotras.
Estoy tan agradecida de que, dada la elección, Jesús dijo «sí» a nosotras.
Ayúdanos a descansar en esa verdad hoy. Gracias por escogernos. En el Nombre de Jesús, Amén.
por STACY J. LOWE