Espacio para nuestras pruebas.
Cuando los cristianos mencionan sus versículos bíblicos favoritos, supongo que Santiago 1:4 no recibe muchos votos. Dudo que aparezca con frecuencia en los estantes de las tiendas de regalos, en tazas o toallas de cocina esmaltadas con promesas espirituales.
En los versículos más citados que lo preceden, Santiago aconseja acoger las pruebas:
Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia (Santiago 1:2-3, NVI).
Si soy honesta, quiero apresurar las pruebas. Sin embargo, Santiago 1:4 propone todo lo contrario, dar tiempo y espacio a las pruebas, permitiéndoles hacer su trabajo: «procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada».
¡Uff! No me encontrarás bailando de alegría al leer ese mensaje.
Pero Santiago comprendía las dificultades y luchas de los primeros cristianos a quienes originalmente escribió estas palabras. La Iglesia se encontraba en un torbellino debido a la persecución, y él abordó su respuesta ante esas dificultades.
La idea de insertar gozo en cualquier parte de los tiempos difíciles puede haber parecido agotadora. A mí me agota. Además, la sugerencia de que permita que la perseverancia saque lo mejor de mí me lleva al límite.
Y el límite es justo donde Dios puede encontrarme.
Cuando creo que no puedo soportar más dolor, Dios promete transformar el dolor en perseverancia… la capacidad de resistir. Es la perseverancia la que nos enseña que las cosas buenas toman tiempo.
Desarrollar nuestro carácter lleva tiempo.
Crecer en nuestras relaciones lleva tiempo.
Comprender la santidad lleva tiempo.
Sanar de las heridas emocionales toma tiempo.
Recuerdo confesarle tímidamente a una amiga lo avergonzada que estaba de no poder «superar» a mi ex-esposo. Otros se preguntaban en voz alta cómo podía querer a alguien que no me quería a mí.
Ahí estaba, depositando todas mis esperanzas y sueños en alguien que me había rechazado. Me sentí avergonzada como mujer… y como una mujer que proclama a Jesús como Señor.
Mi amiga se inclinó hacia mí y, con suavidad, dijo: «Sanar un corazón roto toma mucho tiempo».
Me enderecé un poco en mi silla, dándome cuenta de que tenía razón.
Este no es un período de dolor infructuoso. Es un período de perseverancia que me está madurando por dentro. Está completando mi crecimiento. Está llenando mi copa vacía con propósitos nuevos.
A veces tenemos que suspender la lógica terrenal y descansar en la fe de que la Palabra de Dios hace promesas misteriosas. Ruedas y engranajes invisibles giran en las profundidades de nuestro ser, liberando nuestros lugares estancados y abriendo espacio para el Espíritu de Dios.
Puedo decir que he soportado pruebas que una vez había pensado imposible. He sido testigo de la madurez que sigue a esa resiliencia. Y quiero animarte con estas palabras, ya que he conocido a muchas mujeres que dicen lo mismo:
Creo que Santiago tenía razón desde hace muchos años atrás.
Por eso puedes decir con certeza que ningún dolor en tu vida será en vano.
Señor, odio las pruebas y preferiría que nunca llegaran. Pero cuando lleguen, ayúdame a darles espacio y tiempo para transformarme de la manera que nada más puede hacerlo. En el Nombre de Jesús, Amén.