¡Él ha resucitado!
Me encanta esta época del año porque las semanas previas a la Pascua preparamos nuestros corazones para celebrar el acontecimiento más grande de la historia de la humanidad: la resurrección de Jesucristo. Desde los primeros siglos del Cristianismo, los creyentes han apartado este tiempo para el ayuno, la oración y la reflexión… un periodo que, con el tiempo, llegó a conocerse como la Cuaresma.Jueves Santo, el Viernes Santo y el Sábado Santo, también llamado Sábado de.
La Cuaresma culmina con los eventos de la Semana Santa, que incluyen el Silencio, porque precisamente de eso se trató: de silencio. Sin que nada sucediera. O al menos, eso parecía.
El Domingo de Pascua, nos gloriamos en el triunfo de Jesús sobre la tumba, Su victoria sobre la muerte y toda la libertad que nos concede. Pero el día anterior fue sábado, un día en el que todo fue silencio.
La piedra seguía sellando la tumba, los soldados custodiaban la entrada y Jesús yacía dentro. La Escritura nos asegura que Su cuerpo estaba ahí (Marcos 15:46), y también nos dice que Él estuvo «en el corazón de la tierra durante tres días», terminando la obra que Su Padre le había encomendado (Mateo 12:40, NTV). Mientras se preparaba para ser resucitado el domingo por la mañana, trabajaba en nuestro futuro. Pero observando la tumba desde afuera, lo único que había era silencio.
En nuestra vida, experimentamos el Sábado de Silencio cuando albergamos esperanza, oramos, soñamos y aguardamos lo que Dios nos ha prometido, solo para encontrarnos en la espera. Esperando la respuesta, el cumplimiento de la promesa. En aquel espacio entre el Viernes Santo que se ha quedado en el pasado y el domingo de Pascua está por venir, ese lugar de tensión donde todo parece muerto y perdido. Un lugar en el cual sucede nada.
Pero, como seguidoras de Cristo, tenemos esperanza. Nos mantenemos firmes en la fe. Perseveramos. Seguimos expectantes. Seguimos adelante.
Sea lo que sea que estás esperando, déjame decirte esto: el mensaje de la Pascua no termina el sábado. ¡Siempre hay un domingo de Resurrección!
Cuando tres mujeres fueron a la tumba de Jesús el domingo por la mañana, llevaban consigo especias para ungir Su cuerpo (Marcos 16:1). Mientras caminaban, reflexionaban entre ellas sobre una pregunta muy práctica: ««¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?»» (Marcos 16:3, NVI). Habían olvidado la piedra enorme y quién la movería.
No entendían el panorama completo: los sábados nunca son silenciosos. Dios siempre está obrando; en nosotras, en los demás y en nuestras circunstancias. En todas las oraciones que hemos elevado y en todas las promesas que Él nos ha dado.
Cuando las mujeres llegaron a la tumba, un ángel estaba sentado adentro, y Jesús ya no estaba. «—No se asusten —dijo—. Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí…» (Marcos 16:6a-c, NVI).
Los sábados nunca son silenciosos y los Domingos de Resurrección siempre llegarán.
Jesús, ayúdame a recordar que el Sábado de Silencio no durará para siempre. El Domingo de Resurrección está por venir para todo aquello que he esperado, orado y soñado. Para todo lo que te he confiado. Mi confianza está en Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.